domingo, 25 de noviembre de 2012

Ensayo de Tratado de Semiótica General - U. Eco


Ensayo de Tratado de Semiótica general – U. Eco

Para empezar, en palabras del mismo eco, “La Semiótica se ocupa de cualquier cosa que pueda CONSIDERARSE como signo”. Donde el signo se define como “cualquier cosa que pueda considerarse como subtítulo significante de cualquier otra cosa. Esa otra cualquier otra cosa no debe necesariamente existir ni debe subsistir de hecho en el momento en que el signo la represente. En ese sentido, la semiótica es, en principio, la disciplina que estudia todo lo que pueda usarse para mentir”. (Umberto Eco) Hagamos una pausa y nos detengamos en el término “mentir”. Así encontramos que este vocablo —del lat. mentiri— está asociado con las siguientes acepciones: Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa; Inducir a error; Falsificar o falsear una cosa; Desdecir una cosa de otra, no ser conforme con ella; Fingir, cambiar o disfrazar una cosa, haciendo que por las señas exteriores parezca otra. Observemos esto mismo de la semiótica como un querer decir diciendo lo que no es, pero ahora desde una perspectiva poética:


¡Si uno pudiera encontrar lo que hay que decir, cuando todas las ventanas se han levantado del campo como palomas asustadas! ¡Si uno pudiera decir algo, con sólo lo que encuentra, una piedra, un cigarro, una varita seca, un zapato! ¡Y si este decir algo fuera una confirmación de lo que sucede; por ejemplo: agarro una silla: estoy dando un durazno! ¡Si con solo decir “madera”, entendieras tú que te florezco; sin con decir calle, o con tocar la pata de la cama, supieras que me muero!
[…]
Lo más profundo y completo que puede expresar el hombre no hace con palabras sino con un acto: el suicidio.


Hay un decir sin decir nada. Todo acto humano es reflejo de una significación fortuita y mutable.


Mentir siempre para no decir lo que es,
para quedarse quieto bajo las piedras
respirando como la piel de un muerto
y probar el musgo verde de los campos que florecen.

Esta vez miento,
digo lo que no quiero,
lo que mi boca contrita y verdadera
descompone en millares de mundos adiestrados.
Culpable soy de las mentiras que aquí se digan,
del maltrato que sufran los filósofos.
Yo los perdono
a todos—
como perdono al hombre que creó a Dios.


Así, pues, aunque parezca irónico, extraño, irrisorio o paradójico, de esto se deduce que lo que entendemos como realidad es una falsa copia de la realidad misma. Octavio Paz, en su ensayo “Poesía de soledad y poesía de comunión”, afirma: “… no es la realidad lo que realmente conocemos sino esa parte de la realidad que podemos reducir a lenguaje y conceptos”.

No obstante, desde la visión antropológica, se infiere que la semiótica, como ciencia que estudia los fenómenos culturales en tanto resultado de los actos comunicativos, conmina a entender el signo a partir de una convención social. Considérese que toda acción determinada conlleva una carga simbólica en relación con el “otro” que legitima y reconoce la objetivación de un hecho: el pensamiento mismo es un dialogar con el “otro”. En efecto, la cultura no existe sino en el momento mismo en que ese “otro pensante” —que soy yo mismo cuando trato de asimilar el contenido de una cosa u “otro” en su forma física— vislumbra la propiedad-atributo del ente en cuestión, dándola por cierto.

¿Qué es el signo?

Pensemos en el veterano cincuentón de “La Tregua” de Mario Benedetti. ¿Qué ocurre cuando el significante llega a un grado tal de homologación con el significado que por analogía entendemos una cosa por otra?


Pero ella estaba conmigo, podía sentirla, parparla, besarla. Podía decir simplemente: «Avellaneda.» «Avellaneda» es, además, un mundo de palabras. Estoy aprendiendo a inyectarle cientos de significados y ella también aprende a conocerlos. Es un juego. De mañana digo «Avellaneda», y significa: «Buenos días.» (Hay una «Avellaneda» que es reproche, otro que es aviso, otro más que es disculpa.) Pero ella me malentiende a propósito para hacerme rabiar. Cuando pronuncio el «Avellaneda» que significa: «Hagamos el amor», ella muy ufana contesta: «¿Te parece que me vaya ahora? …» (Benedetti 2007: 122)


Los signos son una forma de simplificar y concretar la realidad para hacerla entendible y lógica en el pensamiento. Pero cada uno de ellos se convierte en un símbolo sujeto a un campo semántico que varía según el contexto en que se inscribe, así como los condicionantes emotivos que interfieren en el proceso de aprehensión significante.

Quizá todos estos argumentos estén relacionados únicamente con la lingüística, mas esto nos permite observar lo complicado que resulta entender una ciencia como es la pretendida por Eco. Pero para poder ahondar un poco más en las elucubraciones de este autor, recordemos la definición que nos da sobre el signo. Él dice: Signo es “cualquier cosa que pueda considerarse como subtítulo significante de cualquier otra cosa”. Remarco: “subtítulo significante”. Esto es, no la cosa misma sino la idea abstracta que se tiene de ella.

Pierre Guiraud va a decir que “Un signo es un estímulo —es decir una sustancia sensible— cuya imagen mental está asociada en nuestro espíritu a la imagen de otro estímulo que ese signo tiene por función evocar con el objeto de establecer una comunicación”. (Guiraud 2008: 33) Efectivamente,


La función del signo consiste en comunicar ideas por medio de mensajes. Esta operación implica un objeto, una cosa de la que se habla o referente, signos y por lo tanto un código, un medio de transmisión y, evidentemente, un destinador [según Jakobson, el locutor, el sujeto de la enunciación] y un destinatario”. (Ibídem: 11)


Con estas apreciaciones y elementos que ya tenemos podemos deducir que la semiótica es una forma de desmenuzar la estructura del lenguaje a partir de observar la significación del universo de las cosas. Aúna sí, entendemos que no sólo se trata del signo sino de todo lo que implica su materialización lógica.

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